Viernes, 29 de Marzo de 2024 

Yom Shishi, 19 AdarII 5784
 
 
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El teatro y el cine nos han malacostumbrado a los finales armónicos y generalmente felices, gracias a milagrosas coincidencias y soluciones abruptas ex machina, como un ángel u otro emisario divino descendiendo de los cielos para obrar maravillas. Sin embargo, los milagros de la tradición judía son muy distintos y particulares, como el que rememoramos estos próximos días de Janucá.
 
En esta fiesta recordamos no un milagro sino un “gran milagro” (nes gadol, en hebreo). Pero sorprendentemente no es algo espectacular (probablemente sea el único milagro religioso que nunca ha sido llevado al cine): una misma cantidad de aceite tarda ocho veces más en consumirse. Por el contrario, la Torá no llama milagro a la separación de las aguas del Mar Rojo cuando los israelitas huyen del Egipto faraónico, del mismo modo que no atribuimos un carácter milagroso a la creación del mundo o el ser humano, ya que son producto de la intervención divina, más allá de las leyes de la naturaleza por definición. 
 
Sin embargo, el milagro de Janucá (literalmente, la inauguración o, mejor, la re-purificación del Templo de Jerusalén después de haber sido profanado con ídolos paganos griegos) es obra del propio pueblo judío, que se alzó liderado por los macabeos para recuperar una independencia perdida siglos atrás, combinando decisión y fe. Así se obtienen resultados insólitos que desafían la lógica, aunque no atentan contra la naturaleza, sino que explican cómo actúa en casos extremos.
 
No estamos hablando, por supuesto, de milagros sobrenaturales como la resurrección de los niños palestinos asesinados (Mohamed Al Durah) frente a las cámaras de los reporteros (la traslación del mundo mágico de Hollywood a la guerra mediática conocida como “Pallywood”) o, ya en un plano mucho más prosaico, de los milagros del Photoshop. Pero Janucá no es el único milagro judío.
 
Milagroso es el empeño de un pueblo asesinado y deshumanizado hasta límites nunca antes alcanzados de levantar la cabeza y reconstruirse física y espiritualmente después del Holocausto. Milagroso es que una tierra desertizada y abandonada reverdezca y multiplique sus habitantes por 130 en 150 años. Milagroso es que durante al menos tres mil años un pequeño pueblo haya sobrevivido a las grandes civilizaciones que hoy ilustran los libros de historia pero que han desaparecido como tales: de los antiguos egipcios a los romanos, pasando por los antiguos griegos que coprotagonizan la historia de Janucá.
 
Con este bagaje, habrá quien piense que es normal que seamos raros. Yo me inclino a creer que lo milagroso es que seamos normales.
 
Jag Janucá Sameaj (por adelantado)
 
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad