Lunes, 29 de Abril de 2024 

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El amigo judío

En el laberinto de identidades que fue la España medieval resulta difícil rastrear orígenes familiares mediante apellidos, lugares de residencia y otros testimonios históricos. Los árboles genealógicos están plagados de lagunas, puntos oscuros y cambios de difícil interpretación. Así lo comprueba David, un brillante realizador israelí, de origen sefardí que viene a España, país que le cautiva, a grabar una serie documental y, al mismo tiempo, investiga el apellido Fajardo, que es el de su esposa Esther y, más remotamente, de él mismo. 
Pronto comprueba que el empeño es más complicado de lo que esperaba y que entre judíos, conversos, mudéjares, moriscos y cristianos viejos de diferentes estamentos, hay tal trasvase de nombres y apellidos que es aventurado establecer la verdad última. Sin embargo, estas investigaciones le hacen alumbrar el fértil raudal de los mestizajes culturales, quedando fascinado por la historia, la música y la poesía andalusí, tanto árabe y mozárabe-cristiana como judía, siendo esta última, a su parecer, la gran desconocida, tanto en España como en Israel. El supuesto antepasado de los Fajardo, más conocido por las tierras fronterizas del Reino de Granada y el de Castilla como José el Cantor, es un juglar judío de finales del siglo XV, del que encuentra abundante documentación y es un acabado exponente de este mestizaje: acompañado de una mora de la que enamorado, rescata de la esclavitud en la que la tenían una familia cristiana de Lorca, traspasan a menudo la frontera cristiano-musulmana reclamados por los moradores de todos los credos y estamentos que aprecian sobre todo, la calidad de su arte. 
Ante estos hallazgos, la identidad genética pasa a segundo plano y ni siquiera la muerte de David en un atentado en un viaje a Jerusalem, interrumpe la profundización en este rico caudal, trasladándose a España su bella esposa Esther, en compañía de su padre Ezequiel, para continuar la tarea del llorado David. En las proximidades del castillo de Xiquena, cuyas ruinas se yerguen todavía entre las demarcaciones de la hermosa ciudad de Lorca y de la antigua villa mora de Vélez-Blanco, en el norte de la actual provincia de Almería, se establecen en el cortijico que el propio David alquilara y con la inestimable ayuda de Miguel, un lorquino que se había hecho amigo de David, al que llegó a admirar profundamente, tratan de culminar sus trabajos e interpretar los hallazgos, yendo, a la vez que impresionados, de sorpresa en sorpresa.
 Al mismo tiempo, entre los tres personajes (Ezequiel, Esther y Miguel), anudados por el recuerdo y el legado de David, se establecen lazos muy especiales y en compleja evolución, siendo al final Miguel el cronista de todo lo acaecido y, por lo tanto, el autor de EL AMIGO JUDÍO, emotivo y documentado relato que dedica a la memoria de su malogrado amigo David.