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Mercaderes en el templo (de la democracia) (18/5/2013) E-mail
Hace apenas unos días, el Parlamento gallego llegó finalmente a un acuerdo entre todas las fuerzas políticas que lo componen. Se ha desbloqueado una declaración institucional en memoria de las víctimas del Holocausto judío, que condena todo intento de negación del mismo. Para alcanzar la unanimidad necesaria, las fuerzas parlamentarias acordaron aprobar de forma simultánea otra declaración de apoyo al pueblo palestino y de condena a Israel, según la cual este país debe reconocer el derecho al retorno de las personas y comunidades a las tierras y casas de las que fueron expulsadas. De esta manera, la institución autonómica exige que Israel se retire no ya de los territorios que controla desde la Guerra de los 6 Días en 1967 (y que son la base de las negociaciones de paz entre Israel y los palestinos desde hace un par de decenios), sino también de las “tierras y casas” que quedaron bajo su jurisdicción con la firma del armisticio de 1949 corroborado por la ONU al final de la Guerra de la Independencia de 1948. Por una parte, los políticos gallegos reclaman que Israel cumpla con las resoluciones de Naciones Unidas y, en el mismo párrafo, exigen que no se cumplan, que Israel abandone lo que dicho organismo le cedió como parte del Estado Judío que consagró con su plan de partición en noviembre de 1947.

Pero ni siquiera esa incongruencia es lo peor. Lo que realmente nos lleva a un nuevo record de bajeza moral es que TODAS las fuerzas políticas acepten tragarse este sapo para no quedar mal, como una autonomía que no reconoce el Holocausto. Es como si para que ETA (o algún representante suyo en el plano político) pidiera perdón a las víctimas de su terrorismo, todas las fuerzas democráticas del país exigiesen que el estado restituyese la libertad (y las armas confiscadas) a los detenidos y los indemnizase. El Holocausto no debe ser nunca moneda de cambio. No reconocerlo (sin contrapartidas) es síntoma de complicidad, así como utilizar su nombre para criminalizar a las víctimas. Volviendo al símil  anterior, sería como darle la vuelta a la tortilla moral y decir que los familiares de los asesinados son los que imponen el terror y atenazan la democracia.

Una de cal y otra de arena: cada vez que alguien en nuestro país se pronuncia en favor de algo relacionado con lo judío, parece estar obligado a compensar al sentir antisemita subyacente en algunos con una declaración de signo totalmente contrario. Y el orden de los factores no altera el producto: cuando algún gobierno está a punto de adoptar una decisión anti-israelí, se apresura a fortalecer sus vínculos con el judaísmo. Y si la postura con Israel es de acercamiento, seguramente le acompañará un guiño importante hacia las posiciones más intransigentes entre los palestinos.

Y aunque desde el Edicto de Expulsión de 1492 ya estemos acostumbrados a ser el cordero sacrificado en pos de objetivos de mayor alcance, no dejaremos de defender nuestros derechos y exigir decencia en las reglas de juego ante quienes todavía quieran escucharnos y piensen que la democracia es algo más que un mercado de votos.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad